No a la bajada de salarios para salir de la crisis


Dado el interés que creo que tiene, en esta entrada voy a reproducir el artículo que acabo de publicar en el diario digital El Imparcial.

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El pasado 16 de enero el economista de la CEOE Jose Luis Feito hace una defensa en el diario digital «El Imparcial» de la reducción de los salarios como medida necesaria, o cuanto menos interesante, para la recuperación económica de nuestro país.

Como no puedo estar más en desacuerdo con sus argumentos, voy a responderle desde aquí para que quede constancia de mi opinión acerca de lo equivocado de sus razonamientos.

Feito empieza concretando que pretende hablar de «los salarios de los trabajadores del sector privado así como los de los entes o empresas públicas que producen bienes y servicios de mercado. Los salarios de los empleados públicos en sentido estricto deberían fijarse de manera que faciliten la congelación u orientación a la baja de los salarios privados.»

El primer argumento que esgrime y con el que no estoy de acuerdo es el de que «Para reducir significativamente el déficit exterior por unidad de crecimiento económico es necesario aumentar sensiblemente la competitividad de la economía, para lo cual es imperativo que nuestros costes laborales unitarios crezcan menos que la media de los de nuestros principales socios comerciales durante un periodo dilatado«. La primera parte de la frase es correcta y no tengo nada que objetar. La segunda, sin embargo, implica que nuestros principales socios/clientes comerciales fabrican los mismos bienes que nosotros y que sólo ganaremos exportaciones a costa de las ventas internas y en el exterior de sus productos. Es decir, Feito argumenta que nosotros exportaremos más si somos capaces de producir los mismos bienes y más barato que ellos, algo que obliga a competir por tecnología, por el precio del capital o por costes laborales. Como da por hecho que no podemos competir con nuestros socios comerciales por tecnología o por el precio del capital, asume que nuestra competitividad ha de recaer ineludiblemente en el coste laboral.

Y esto es dar por hecho que nuestro país, con las generaciones de técnicos más formadas y cualificadas de su historia, es incapaz, no sólo de competir por tecnología, sino que también somos incapaces de encontrar productos en los cuales tengamos una ventaja competitiva respecto a nuestros socios comerciales europeos. Productos diferentes a los que pueden producir las empresas francesas o alemanas -por ejemplo-. Y esto no es cierto. Nuestro país está lleno de fantásticos técnicos e inventores que podrían llenar nuestras empresas de productos para vender en el extranjero, empresas a las que sólo les falta un mercado interior más grande y activo para permitirles alcanzar tamaño antes de emprender la aventura exterior y un sistema financiero como el americano en el que el capital riesgo sea un verdadero capital riesgo. No como el que aquí «disfrutamos», que de riesgo sólo asume el nombre. Cualquiera puede ir a una entidad financiera -en la que si el negocio no sale bien no van a amenazar la integridad física tuya, de la familia o de tus bienes- y preguntar sobre el montante del crédito del que podría disponer para un proyecto sin aval financiero fuerte previo.

Mantener que la única posibilidad de competir estriba en bajar los salarios es abocar a nuestro país a acabar compitiendo con los salarios chinos, indios o suramericanos. Y esto es inaceptable desde cualquier punto de vista. Mucho más desde el de una sociedad que quiere vivir con un mínimo grado de bienestar. Es incongruente buscar el bienestar mediante la reducción de salarios al nivel al que Feito parece querer ponerlos. Porque los salarios pueden bajar por debajo de lo que permite a una persona acceder a una comida digna, una sanidad razonable, unos medios de transporte en condiciones y una vivienda en propiedad. Pero eso daría comienzo a una espiral económica contractiva destructiva que acabaría con nuestro Estado en unos pocos ciclos. A una menor capacidad de compra de los salarios le seguiría un menor volúmen de ventas y beneficios de nuestras empresas en el interior de nuestro país, una disminución del empleo y una menor recaudación tributaria para las Administraciones Públicas. Y entonces el Estado, este Estado nuestro que no quiere encoger bajo ninguna circunstancia, volvería a justificar una nueva subida de impuestos. Y vuelta a empezar. Porque una subida de impuestos aumentaría los costes de nuestras empresas exportadoras y obligaría a nuevas bajadas de salarios para poder recuperar la competitividad así perdida. Así hasta que el Estado quebrara por falta de ingresos tras dejar a la sociedad civil tan quebrada como él mismo.

Cuánto se parece este cuento a lo vivido por nuestro país durante los tres siglos que duró el déficit crónico de nuestra hacienda. Desde mediados del siglo XVI hasta finales del siglo XIX la hacienda estuvo siempre bordeando, cuando no cayendo, en la bancarrota y nos dejo un poso bien amargo de atraso y desindustrialización. Todo por un Estado que gastaba siempre más de lo que las exiguas economías castellanas podían darle para su sustento a través de los impuestos.

De la misma forma, pretender que el incremento de las ventas en el extranjero así suscitado va a suplir de algún modo la disminución de las ventas en el interior es olvidarse de la historia económica y las enseñanzas que de ella se derivan. Y es que nuestra historia nos enseña que un mercado interior bien desarrollado es un requisito previo imprescindible para la creación de importantes empresas exportadoras. Porque para exportar no basta un buen producto, sino que también se necesita un buen soporte financiero que resulte lo suficientemente barato como para que una empresa pueda aguantar durante el tiempo necesario el coste financiero de una incursión en el extranjero que puede encontrarse con ciertos períodos de falta de rentabilidad hasta triunfar. Y el soporte financiero viene tanto de una estructura empresarial suficientemente potente como de un sistema financiero capaz resultado de una economía boyante.

Por otro lado, Feito argumenta que «para crecer, la economía española debe sobre todo ser capaz de reducir el déficit exterior por unidad de crecimiento económico. Sólo así se conseguirá frenar el crecimiento de nuestra deuda exterior neta y relajar la severa restricción de financiación que sufre nuestra economía.» Y este es otro argumento con el que no puedo estar de acuerdo porque no se puede supeditar el crecimiento de un mercado interno a las reformas necesarias para exportar más e importar menos. Que es deseable exportar más claro que sí. Pero yo creo que, en una sociedad abierta donde el mercado interior funcione bien y que tenga un buen sistema financiero que ofrezca liquidez a buen precio a los empresarios que lo deseen, las fuerzas del mercado orientarán de forma natural parte del crecimiento económico hacia la exportación. Si no ha sido así hasta ahora ello ha sido debido, por un lado, a la falta de ese mercado interno desarrollado y ese sector financiero capaz y activamente involucrado en el crecimiento de nuestras empresas y, por otro, a la falta de estudios y de un verdadero espíritu emprendedor por parte de nuestros empresarios.

Pero si nos fijamos bien en lo que ha sucedido durante estos últimos años en los que la liquidez ha sido abundante y las generaciones más preparadas de nuestra historia han salido al mercado, podremos observar como estos han sido los años de la internacionalización de muchas de nuestras empresas más grandes y/o competitivas. Sólo hace falta que esa liquidez se dé en un entorno económico sano para que ese fenómeno se repita con empresas de todo tipo hasta que nuestra balanza exterior cambie de signo.

Además y por si lo que acabo de explicar fuera poco, para mi es un error de principo pensar que el crecimiento de nuestra economía ha de depender de nuestro sector exterior. Ya he explicado en otra parte de este blog -ver «Los 7 planes de choque que el Gobierno no debería llevar a cabo si no quiere hundir la economía»– que es una constante y un craso error de nuestros políticos y nuestros economistas desde hace varias décadas pensar que nuestro crecimiento ha de pasar ineludiblemente por fomentar las ventas de nuestras empresas en el exterior aún a costa de penalizar la demanda interna de nuestra economía. Ninguno de los países europeos avanzados ha adoptado ese razonamiento y basta con ver sus niveles salariales para entender este aserto.

Está claro que «la severa restricción de financiación que sufre nuestra economía» depende de nuestra posición exterior pero ello no obliga a reducir los salarios para así ser más competitivos y exportar más al objeto de mejorar nuestra posición comercial exterior y así relajar esa severa restricción que dice Feito. Porque esa severa restricción ha aparecido en los años que van del 2010 en adelante y deriva fundamentalmente del excesivo y aparatoso acceso al déficit -y, por tanto, al crédito externo- por parte de nuestras Administraciones Públicas al objeto de financiar un completamente ineficaz proyecto de gasto público keynesiano para afrontar esta crisis de demanda no keynesiana que nos azota. Debido a este endeudamiento que ha sobrepasado todos los límites establecidos en el Tratado de Maastricht nuestro Estado ha entrado en un proceso de recalificación de su riesgo por parte de las empresas de calificación internacionales y ello ha afectado, como no podría ser de otra forma, a la calificación -y, por lo tanto, al riesgo- de todas las empresas y entidades financieras de nuestro país. Siendo además estás últimas especialmente afectadas tanto por haberse visto «obligadas» a adquirir deuda pública de nuestro Estado como por haberse embarcado en un proceso de negación de pérdidas derivadas de la sobrevaloración de los activos colaterales ejecutados por impago de los créditos con garantía hipotecaria.

Continuando con las objeciones a su argumento, Feito utiliza la variación porcentual de los costes laborales reales como la diferencia entre el ritmo de variación de los costes laborales nominales medios y el aumento proporcional de los ingresos medios de la empresa española. Es decir, la variación en los costes medios del factor trabajo para las empresas dividido por la variación en el importe medio de las ventas de dichas empresas. Utiliza así un cálculo económico que no es tan sencillo como pudiera parecer y que hay que explicar muy bien a quién quiera hacer uso de él. Porque dentro de los costes medios del factor trabajo se incluyen algunos conceptos que no son exactamente salarios -como podrían ser los seguros laborales, los gastos de la Seguridad Social a Cargo de la Empresa y los gastos del acondicionamiento físico del puesto de trabajo y de los mismos trabajadores- y porque las cifras de ingresos pueden estar afectadas por muchos factores no relacionados con el factor trabajo. Es decir, la productividad real de los trabajadores -inversa de la cantidad de trabajo necesaria para fabricar una unidad de producto- puede estar aumentando mientras que las cifras de ventas pueden estar bajando debido a un mal plan de marketing, un mal director o a una competencia sobrevenida muy fuerte y, por lo tanto, los costes laborales reales de Feito estarían creciendo. De la misma forma, la productividad de los trabajadores de una empresa puede estar aumentando mientras que la productividad según Feito puede estar bajando por un equipo directivo que se está aumentando mucho los sueldos.

Así, un país puede tener sueldos muy bajos y aún quererlos más bajos con argumentos como el de Feito mientras que los ejecutivos de las empresas nacionales cobran lo mismo que sus colegas de otros países ya que sus sueldos no están sujetos a los vaivenes del IPC o de variaciones temporales en las cifras de ventas. Y eso en otras épocas pudo tener algún sentido con los escasos conocimientos de economía que entonces se tenían. Pero hoy en día se ha demostrado que la demanda interna es el principal motor de crecimiento y de beneficios para las empresas. La libertad del empresario para negociar sueldos con unos trabajadores asimismo libres ha de ser respetada al máximo y en ello pondré siempre todo mi empeño. Pero esta negociación no ha de venir empañada por argumentos obtenidos tras una manipulación equivocada de algún que otro concepto económico. Y menos si seguir el dictado de estos argumentos puede perjudicar sobremanera esta demanda interna tan afectada ya por esta falta de ideas que para salir de la crisis están demostrando un gobierno tras otro.

La productividad del trabajo debería entonces ser definida y entendida como la productividad del trabajo para unas realidades de uso de capital y gerenciales dadas, así como para unas condiciones del mercado financiero y de consumo únicas en el tiempo. Y ello nos lleva a pensar que hacer descansar únicamente sobre los salarios los ajustes necesarios para aumentar la productividad del factor trabajo es una argumentación que demuestra una falta de visión y de ideas clara sobre la realidad económica que estamos viviendo. Porque mientras un aumento de la productividad laboral que fuera el resultado de un aumento del capital utilizado o de una mejora gerencial repercutiría muy positivamente en la creación de nueva demanda para los productos de las empresas nacionales, un aumento de dicha productividad que reflejara únicamente un ajuste de los salarios o del empleo repercutiría muy negativamente en la demanda interna de nuestra economía y, por tanto, daría comienzo a una espiral contractiva en la que a la caida de las ventas le seguirían reducciones en la productividad laboral que habría que volver a ajustar con menores salarios o nuevos despidos.

Mejoras en la productividad laboral claro que sí, pero en nuestra situación de crisis de demanda no keynesiana en ningún caso tienen estas que venir por la reducción de los salarios.

Autor: Rafael Hernández Núñez

2 comentarios el “No a la bajada de salarios para salir de la crisis

  1. Hola Ramón,

    Que razón tienes en lo de la capacidad de compra de los salarios y, por ende, de las familias. Además con el paro que hay cada vez resulta más difícil llegar a final de mes. Lo de las tiendas es como el chocolate del loro. Algo más de libertad para que cada uno abra cuando quiera aunque no creo, tal y como tu muy bien puntualizas, que en estos momentos sea dinamizador de ninguna economía. O solucionamos el problema subyacente de la capacidad de compra y aquello que dió origen a este problema subyacente o seguiremos en esta espiral contractiva hasta que estos ineptos se den cuanta de la que nos están haciendo.

    Un saludo,

    Rafael

  2. 15 x 6 = 90 horas semana….este es el nuevo horario de tiendas…¿¿.a mas horas en tienda mas venta.????…esta es su errada teoria.. En verdad es solo es mas gasto de la tienda (luz, etc) Los consumidores tienen cada mes el mismo dinero a gastar, y si uno de los dos tiene la desgracia de estar en el paro, tienen la mitad que hace unos años, estos que gobiernan y los otros, aun no se han enterado que las familias con los ingresos actuales y los gastos actuales no pueden tirar de la economía, es imposible que consuman mas, por mas horas que estén las tiendas abiertas.

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