El golpe del 23-F en España


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El 23 de febrero de 1981 estaba preparando el petate para irme a la mili. Tenía 19 años y había conseguido, a través de las buenas influencias de un primo de mi padre, que me aceptaran de voluntario en el Servicio Geográfico del Ejército.

Mi intención no había sido otra que, mientras cumplía el Servicio Militar en un cuartel con muy pocos servicios de guardia y ninguna actividad de marcha militar, poder seguir estudiando en Madrid la carrera de Arquitectura Técnica que acababa de empezar.

Imaginaos la impresión que pudo causar en mí el asalto al congreso y todo lo que sucedió después. Mi abuela paterna, que estaba viendo la tele en aquel justo momento, nos llamó de lo más alterada y, claro, encendimos la televisión. La sucesión de gritos, disparos, más gritos y cámaras torcidas fue de lo mas espectacular.

Durante aquel día mi preocupación mas importante era qué iba a pasar con mi mili. El día 28 tenía que incorporarme y lo que estaba sucediendo podía cambiar por completo el escenario que me iba a encontrar. Un país militarizado no tiene nada que ver con otro en el que los militares están sometidos al poder del parlamento. En algún momento me imaginé patrullando con un cetme por las calles perdiendo mi tiempo miserablemente.

Por fin, tras un montón de horas de incertidumbre, el golpe fracasó. Ningún capitán general se había sumado al de Valencia y Milans del Bosch volvió a meter los tanques en sus cuarteles. Los supuestos culpables e instigadores fueron detenidos e ingresados en prisiones militares.

Después de aguantar un mes de campamento en Cáceres, llegué a mi destino con más voluntad que ganas. Desde mi punto de vista, era más que probable que todo el tiempo dedicado a cumplir con el Servicio Militar fuera una total pérdida de tiempo. Yo no era antimilitarista, pero, al igual que pienso que para ser carnicero o torero tienes que tener una sensibilidad ‘especial’ que te permita ver la sangre sin alterarte -y yo soy bien carnívoro-, para ser militar tienes que tener un cierto espíritu de obediencia al mando sea cual sea y como sea este. Sobre todo al principio. Y yo soy de aquellos a los que les gusta razonar y discutir si alguna indicación no me parece correcta. Como liberal, defiendo la existencia de un orden social, pero me gusta mas si viene del razonamiento libre y consensuado.

Hecho gran acopio de paciencia y bien concienciado de adonde me metía por mi propio interés, llegué en marzo de 1981 a mi destino, la Comisión Geográfica nº 1. En total tenía unos 19 meses por delante de acatar órdenes vinieran de donde vinieran y mi preocupación era no perder demasiado el tiempo y que me dejaran estudiar.

La Comisión Geográfica estaba situada en una sala bastante amplia con unos cuantos ventanales que daban a un patio de unos veinte metros de largo por diez de ancho. Soleado. La sala ocupaba casi todo un lado del patio. Era una segunda planta. La habitaban dos brigadas, varios soldados y un coronel al que casi nunca veíamos porque iba de un lado para otro. Sobre todo porque tenía el despacho en otra parte del edificio. Los brigadas se encargaban de revisar los mapas elaborados por unos técnicos que, en otros destinos del Servicio Geográfico, manejaban una grandes máquinas en las que, proyectando los negativos de las fotos aéreas sobre unas grandes hojas de papel, repasaban todas las líneas correspondientes a carreteras, edificios y curvas de nivel que se les presentaban.

Los primeros meses de la mili transcurrieron sin grandes alteraciones -buscando formas de no hacer guardias y llevarme bien con los brigadas para que no me pusieran muchas trabas a la hora de estudiar-, hasta que se decidió que sería precisamente el cuartel del Servicio Geográfico del Ejército en Campamento el lugar donde se celebraría el juicio de los imputados por su participación en el 23-F.

Ahí volvió a cambiar mi vida. Lo que había sido un cuartel apacible se volvió un lugar lleno de actividad y la seguridad de entrada y salida, que hasta ese momento había sido bastante relajada, se hizo complicada por momentos.

De repente, trajeron a los imputados y los ubicaron en el mismo edificio de la Comisión Geográfica -había varios edificios en el cuartel-, justo en las habitaciones del segundo piso cuyas ventanas daban al mismo patio al que daban las ventanas de mi destino. Enfrente, al otro lado del patio.

Unos días antes habían trasladado a los dos brigadas, mis dos jefes directos, a otro destino. Con ellos se habían ido los demás soldados y a mi me habían dejado sólo en aquella sala. Pasaba así días enteros hasta que me iba a casa para dormir. De esa forma, cuando trajeron a todos aquellos militares y los pusieron allí, la vida me había proporcionado un sillón de primera fila para la historia de mi país.

Lo que pasaba en las habitaciones al otro lado del patio no era posible verlo por los reflejos que daban los cristales de sus ventanas. Tampoco yo conocía la cara de la mayoría de ellos. Pero si la de Tejero, Milans del Bosch, Armada y Pardo Zancada. Y así empezó la diversión.

El momento más importante fue la primera vez que se vieron las caras tras el fallido golpe de estado. Es decir, la primera vez que salieron al patio juntos. Yo estaba expectante y les oí salir. Se saludaron militarmente y se abrazaron entre ellos. Todo eran abrazos y risas hasta que salió Armada al patio. En ese momento empezaron los insultos a gritos. Pardo Zancada y un capitán, tras insultarle unos instantes, se abalanzaron sobre él y le tiraron al suelo al grito de «traidor».

Tras unos momentos de forcejeo, intervino la policía militar y los separó. Nunca más volvió a salir a dicho patio Armada y poco después le llevaron a otro edificio. El resto del tiempo, hasta que tuvo lugar el juicio, transcurrió entre idas y venidas de todo tipo de militares por el cuartel. Las visitas a los golpistas se sucedían sin pausa. Incluso a mí, mi coronel me hizo llevarle un jamón a Milans del Bosch. Un buen día apareció por allí y yo, que seguía viviendo en el limbo de aquella sala vacía, me temí un posible traslado. Nada que ver, se interesó por mis estudios y, acto seguido, me dijo que tenía un encargo para mí. Me acercó la caja que traía y me dijo que se la llevara a Milans del Bosch.

En general el sentimiento de los militares que yo pude percibir entonces no era ni de rechazo ni de apoyo explícito a los golpistas. Era más bien de apoyo solapado a unos militares que supuestamente se habían alzado contra el descenso a los ‘infiernos’ democráticos que habíamos empezado a recorrer los españoles. Me refiero no a la democracia representativa constitucional, sino a todo lo que traía con ella en cuanto a inseguridad social, jurídica y económica en sus primeras épocas. Problemas derivados de los cambios legislativos que dejaban muchas incógnitas en el aire. Incógnitas que estaban retrayendo la inversión empresarial y generando mucho paro.

Los militares no parecían querer más dictadura -o dictablanda, como se conocía al régimen de Franco en sus últimos tiempos- pero les daba miedo el camino por recorrer y por ello se sentían de alguna manera solidarios con aquellos que no habían ‘aguantado más’ la degradación que se estaba viviendo. Sólo hay que recordar la destrucción de empleo tan grande que se vivió en los primeros años de la democracia.

Con el tiempo he podido razonar mucho sobre el 23-F y todo lo que le rodeó. Cada vez tengo mas claro que aquello fue una obra de teatro orquestada desde dentro del sistema para afianzar al Rey en su cargo. Mis razones son las siguientes:

1.- El Rey no era una persona muy querida ni respetada por aquel entonces en nuestro país. En amplias capas de la población se le veía como un Borbón lleno de inseguridades que había cambiado de repente de chaqueta impulsando una democracia que él había prometido no traer cuando juró su puesto bajo las leyes del régimen anterior.

2.- La historia de los Borbones no había dejado tras de sí mucho fervor popular, sobre todo, tras la vergonzosa salida de Alfonso XIII de España antes de la proclamación de la II República.

3.- El Rey esperó demasiado a intervenir para alguien que no estuviera implicado en el complot. El hecho de que no interviniera mucho antes en televisión dejó muchas incógnitas en el aire. La televisión fue desocupada por los tanques mucho antes de que el Rey hiciera su discurso. ¿A que estaba esperando? ¿Quizá a tener claro que ningún otro capitán general apoyaba la asonada? Yo creo más bien que era una representación de un ‘thriller’ en la que la salvación no viene hasta casi el final. No podía parecer algo demasiado fácil porque entonces le hubieran quitado importancia los medios.

4.- El ataque a Alfonso Armada en el patio del Servicio Geográfico denota una traición desde la cúpula del golpe a los ejecutores materiales. Está claro que muchos de ellos no sabían de que iba todo aquello.

5.- Todos los encausados por el golpe fueron tratados muy benignamente en el juicio militar -aunque luego algunos vieron incrementada su pena por los recursos del gobierno- y vivieron muy cómodamente sus castigos en distintos cuarteles o incluso la cárcel. Todos fueron puestos en libertad mucho antes del fin de sus penas. Algunos incluso siguieron sus carreras militares ascendiendo de graduación hasta su jubilación con honores.

6.- Si de verdad hubiera existido un movimiento involucionista en los cuarteles, este hubiera triunfado entonces sin ninguna duda. No en vano todos los capitanes generales y generales que mandaban el ejército en las 52 provincias españolas en ese momento habían sido nombrados por Franco para tal cargo. Y todos sabemos de su fidelidad hacia él.

7.- Cada vez tengo más claro que cuando Franco dijo que dejaba ‘todo atado y bien atado’ se refería a algo más que a un régimen que él mismo había decidido agotar al nombrar como sucesor a un Rey educado en la democracia como D. Juan Carlos. Si uno es un buen estratega -y Franco tuvo siempre fama de serlo- y toma una plaza fuerte, lo normal es que idee una estrategia para eliminar o reconvertir a los opositores internos en aliados. Ningún militar que se precie deja una plaza llena de hostiles al mando de un jefe novato.

8.- Desde entonces, cada cierto tiempo, cuando las criticas contra el monarca resurgen por su inactividad a la hora de mediar entre las fuerzas políticas, por su tipo de vida o por diversos escándalos financieros, sale a relucir su papel como ‘salvador’ de una España al ‘borde del abismo’.

Autor: Rafael Hernández Núñez

3 comentarios el “El golpe del 23-F en España

  1. Totalmente de acuerdo contigo, yo he escrito así también en los blogs y he hablado en el mismo sentido no sin antes ser tachado de tal o de cual, la gente no sabía, ignoraba o no quería saber, el caso es que he leído mucho sobre el tema igual que del 11-M y la impresión es la misma, quiero recordar que yo ya tengo 62 vueltas de traslación al Sol, entonces tenía 32 y había dado la vuelta al mundo como marino mercante de mecánico, en barcos escandinavos, ésto a simple vista no sirve de mucho, pero quiero decir que ya conocía las democracias, los países democráticos etc. Entonces mi conclusión fué la misma y he escrito muchísimas cartas y emails a periodistas y a la radio, diciendo lo que mas o menos expresas aquí, yo no tuve ningún miedo, a las 13 o 14 horas tuve que ir a pagar una letra a un banco cercano a las Cortes y ví parte del jaleo, ¡Ustedes por allí! ¡¿A dónde van?!, ¡No se acerquen, no se detengan, circulen, aléjense de aquí!…con un transistor que llevaba conseguí ponerme al corriente y le dije a quien me acompañaba, ‘ésto no tiene ningún éxito en ésta época que estamos’ y así fué, tranquilamente nos vinimos a casa a comer unas lentejitas y seguir las noticias por la tele, yo sabía que no eran procedimientos y estaba basado en una novela con un buen guión escrito por algunos de bien arriba, ¿Club Bildeberg, nuevo orden mundial, Masones, Opus, CIA, CESID o CNI o así?….Hummm, todavía no lo he descubierto, ni lo descubriré, me han dicho muchos…
    Pero en fín enhorabuena por el artículo y ya digo estoy contigo.
    Un abrazo.-

  2. Completamente de acuerdo, era un complot estaba claro, «cabezas de turco», actores y marionetas orquestadas por los poderes fácticos de ayer hoy y siempre. Control que garantiza estabilidad y posibilidad de seguir educando criteriós.

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